El primer adelanto del nuevo álbum de la catalana, «LUX», transforma el dolor en un viaje orquestal hacia la redención
La música pop tiene sus gestos previsibles: el estribillo pegadizo, la pose estudiada, la estrategia viral. Pero de cuando en cuando aparece una artista que rompe esa lógica y devuelve al género su misterio. Con “Berghain”, primer adelanto de su próximo álbum LUX (a la venta el 7 de noviembre), ROSALÍA vuelve a situarse en ese territorio incómodo entre el riesgo y la emoción pura.
Lo que podría haber sido una simple obertura de su nuevo ciclo creativo se convierte en una experiencia de tránsito, una liturgia sonora que convierte la herida en materia sagrada.


Grabada con la Orquesta Sinfónica de Londres y con colaboraciones de Björk e Yves Tumor, “Berghain” no se presenta como un sencillo, sino como una pieza mayor: el segundo movimiento de una obra concebida como ópera emocional. ROSALÍA canta en alemán, español e inglés, moviéndose entre idiomas como si buscara un lenguaje que aún no existe: el de la fe en medio del ruido.
El lenguaje de lo divino y lo carnal
“Berghain” no es una canción sobre el club berlinés. Es, más bien, una inmersión en la noche del alma, un descenso hacia el centro del dolor.

Las cuerdas abren el tema con una tensión contenida; la voz de ROSALÍA aparece frágil, casi rezando. Poco a poco, la orquesta la rodea, la eleva, hasta estallar en un clímax que parece más cercano a una sinfonía que a una canción pop.
El resultado es profundamente emocional: una plegaria donde la artista desnuda su vulnerabilidad sin caer en el melodrama.
En la letra, esa tensión se traduce en una búsqueda desesperada de sentido: «La única manera de salvarnos es con intervención divina», canta, mientras otra voz más cruda, más humana, pronuncia «I’ll fuck you till you love me».

Entre ambos polos, el rezo y el deseo, se mueve toda la canción.
ROSALÍA convierte la contradicción en verdad: el cuerpo y el alma como fuerzas que no se oponen, sino que se necesitan.
El videoclip de ‘Berghain’: una película sobre la redención
El videoclip, dirigido por Nicolás Méndez (CANADA) y rodado en Varsovia, traduce esa batalla interior en imágenes de extraña belleza.
Una mujer realiza gestos cotidianos mientras una orquesta vestida de negro la sigue silenciosa: el pasado, el duelo, la memoria.
El relato es sencillo pero simbólico: el dolor no desaparece, se integra; la sanación no es olvido, sino luz que aprende a convivir con la sombra.
ROSALÍA, que ya había convertido la estética en lenguaje narrativo con El mal querer y Motomami, lleva aquí su visión a otro nivel. La puesta en escena, gris, austera, casi ascética, habla del mismo tránsito que la música: de la pérdida a la revelación, de la oscuridad a la calma.
La artista frente al silencio
Con “Berghain”, ROSALÍA confirma que su obra no es una sucesión de estilos, sino una exploración constante del límite.
Si Motomami fue la exaltación del yo, LUX parece ser su disolución: la artista frente al abismo, buscando lo que queda cuando se apagan las luces.


En este sentido, el título, más que un lugar físico, se convierte en una metáfora del espacio interior donde el alma se enfrenta a sí misma.
ROSALÍA no pretende complacer al algoritmo ni reproducir su pasado: compone desde la duda, desde la herida, desde la fe en el arte como salvación.
“Berghain” no busca respuestas, sino una forma nueva de preguntar. Y en ese gesto, tan íntimo como monumental, encuentra su verdad: la de una creadora que, en medio del ruido del mundo, se atreve a cantar desde el silencio.
