El granadino convierte el Palau Sant Jordi en un confesionario emocional donde el reguetón se mezcla con la vulnerabilidad y la verdad
No hizo falta llenar el Palau Sant Jordi para que Saiko lo convirtiera en un templo. El joven artista granadino, uno de los nombres más sonados del nuevo pop urbano español, ofreció en Barcelona una de las noches más emotivas de su gira Natsukashii Yoru. Entre ritmos calientes y lágrimas contenidas, el público asistió a un espectáculo que fue más que un concierto: una catarsis compartida, un viaje desde la euforia hasta la intimidad.
Del perreo al recogimiento
Las luces se apagaron y el murmullo se transformó en expectación. Con los primeros compases, Saiko apareció con la energía de quien tiene algo más que ofrecer que una simple fiesta. A lo largo del repertorio, el artista alternó el pulso del reguetón con momentos de calma introspectiva, logrando un equilibrio poco habitual en el género.
La noche tuvo de todo: saltos, lágrimas y un público que se sabía cada verso. Uno de los picos emocionales llegó con la aparición sorpresa de Yapi, compañero de colaboración en “Te encontré”, que desató la locura colectiva. Pero lo más valioso no fue la pirotecnia, sino la sinceridad. “Quizás no está lleno, pero esta noche es más especial e íntima que la del año pasado”, confesó el propio Saiko, recibiendo un aplauso que sonó a abrazo.
El artista detrás del nombre
En un momento del concierto, las luces bajaron y solo quedó él: Miguel Cantos, el joven de Granada que un día se inventó a Saiko para llegar más lejos. Frente a miles de personas, se permitió ser vulnerable. Lo que podía haber sido un show de puro espectáculo se transformó en un retrato emocional, donde la nostalgia y la juventud se fundieron en una misma voz.
Con Natsukashii Yoru —expresión japonesa que evoca la melancolía por lo vivido—, el artista demostró que el urbano también puede hablar de fragilidad. Su música, cargada de beats, también deja espacio al silencio, a los recuerdos y a la ternura. Al terminar, el público no solo aplaudía: salía con el corazón encogido, sabiendo que había presenciado algo honesto. Saiko no llenó el Sant Jordi, pero llenó el alma. Y en tiempos de ruido, eso es casi un milagro.