Barcelona se rinde al eterno ídolo del pop latino en una noche de nostalgia, ritmo y bachateo
Catorce años después, Chayanne volvió a pisar el Palau Sant Jordi como si el tiempo no hubiese pasado. El artista puertorriqueño trajo a Barcelona su gira Bailemos otra vez, una mezcla de nostalgia, energía coreografiada y fórmula pop perfectamente engrasada. Y el resultado fue rotundo: más de 15.000 personas vibraron con un show que, aunque no inventa nada nuevo, tiene muy claro lo que ofrece y lo ejecuta con eficacia casi quirúrgica.
El concierto arrancó puntual y con músculo. Con un repertorio que alternó sin complejos los hits del pasado como «Salomé«, que no tardó en cantarse, juntamente con las nuevas composiciones de su último álbum. Aunque estas últimas no levantan la misma pasión que sus clásicos, sí le permitieron mantenerse vigente, llegando a conectar con el público que ha crecido con él.
Desde el primer minuto, el Palau fue suyo. En el escenario, un Chayanne impecable físicamente, sonrisa de catálogo y pasos milimétricos, el puertorriqueño se entregó a una audiencia entregada que coreaba cada estribillo como si fuera la primera vez. No hubo sorpresas, pero sí oficio: el cantante sabe bien qué funciona, y también cuándo bajar las revoluciones con una balada como «Un siglo sin ti» y cuándo subirlas con sus temas más bailables. Su fórmula está lejos de agotarse.
El show está dividido en tres actos bien diferenciados. El primero, más explosivo, es una exhibición de ritmo y luces. El segundo, más íntimo, baja el pulso para dar espacio a la nostalgia, los agradecimientos. Y el tercer acto, clausurando el concierto, cómo no, llegó su clásico momento de invitar a una fan al escenario para bailar una bachata. En esta gira, ese gesto se ha convertido en una especie de liturgia compartida, un guiño al pasado que sus fans, en su mayoría mujeres de mediana edad que lo siguen desde los 90, celebran como un ritual.
No es solo música lo que ofrece Chayanne, sino una experiencia emocional que juega con la memoria afectiva de su público. Lo ha demostrado también en otras ciudades de esta gira española. En Sevilla, hizo temblar la Plaza de España durante el Icónica Fest, y en Zaragoza consiguió que miles se pusieran de pie en una velada donde el ritmo y la melancolía se abrazaban sin complejos. En Barcelona dejó claro que, aunque el pop latino evoluciona, hay figuras que trascienden modas.
Al final, lo suyo no es una reinvención, sino una reafirmación. Chayanne no viene a romper esquemas, sino a recordar que hay artistas que, sin necesidad de reinventarse, siguen llenando pabellones con la misma fuerza de hace décadas. En tiempos de fugacidad digital, su propuesta de pop romántico, perfectamente empaquetado y ejecutado con profesionalismo absoluto, es casi un acto de resistencia.
Y sí, el pop latino también envejece. Pero cuando lo hace con esta dignidad, con esta entrega y con esta energía contagiosa, uno solo puede aplaudir. Y, por qué no, bailar otra vez.