Abonavida viste su sábado con el mejor aperitivo: el último concierto del año, atípico y diurno, del lento rugido castizo del rock marca Bobes
Nadie dijo que fuera fácil. A Las 13.00 de un sábado, hora atípica para un concierto. La mejor para juntar a 20 personas en el pequeño universo entre las paredes de Abonavida. Madrid tiene esa cueva mágica, oscura, cálida. La que también se abre para los espectadores en streaming, que pudieron disfrutar el directo desde cualquier parte. Para los amantes del punteo descarado, los que conocen quién y cómo es en el escenario. Los que saben que ese concierto se vive, no se cuenta.
Giros de calendario
Aún queda esperanza si se olvida el mundo «cada 2 minutos» de canción, y un Despistado guitarrista durante hora y media canta y borra lo malo con su calma alocada. El concierto se vive mejor al llegar sin prisa, casi adormilada. Con el sol entre cristales, caña espumosa en mano, esperas paciente bajar a la sala. Y tras el control, encuentras que tu compañero de sitio es el también cantante Pablo Pedraza. Trabajan juntos desde hace años, y mientras empieza una buena charla, la guitarra ya espera a hacer de las suyas.
No se puede bailar -no por falta de ganas-, pero sí mover la cabeza al ritmo de los acordes. Y la sala grita a través de las mascarillas, sin saber si el otro lado, en el escenario, está disfrutando igual. Esa distancia impuesta se acorta poco a poco Desde aquella habitación . Empezó a abrirse la tarde, y con su último sencillo, también el aperitivo del compositor y su guitarra. De sus temas y su música. Del De la buena, de la suya. Y de sus bromas.
Puntadas del pasado
Si conoces su discografía anterior, sabes qué y cómo es Encadenado a tu piel. Pero escuchar una versión desnuda, con giros distintos, te lleva tiempo atrás. Una nueva forma de retener esos versos en tu cabeza. Comprobando que ya desde entonces tenía esa chispa al componer «Unos nombres imborrables / hasta el último suspiro se han quedado».
Cañas, tercios, refrescos. Un sorbo más y otra canción. Risas en medio y anécdotas. Con David Parra al lado, esa conexión antigua no pasa de moda. De entenderse con una mirada cuando fallan los papeles. Lo que une la infancia, y más aún la música, que no lo separe nadie. Y van «encarcelando versos en un trago amargo». Rasga la voz, la suaviza, da agudos. Javi es como siempre, con las sorpresas únicas del vivo, y esos retazos de viejos temas conocidos que enamoran como la primera vez.
Fogonazos clásicos
También Razón al Corazón dejó unos buenísimos solos, que dejan ver cómo lleva las seis cuerdas siempre de la mano. Átame las manos, que a contrarreloj se pasa la mitad del concierto. Sin pila el corazón, sin descansos. Hace calor, mucho calor, con ese puente que entremezcla Mucho Mejor… del fuego al hielo. Con Amor Helado viajó al que es su tema más especial, pero en realidad lo dice de todos. En esos versos sí se permiten los viajes, y la vuelta, «en ferry o en crucero». Esa respuesta cómplice que siempre le da su público, un guiño que junta el grito de toda la sala cuando se detiene lo demás.
Interpretó sus temas inéditos Miss Carnaval y San Bernardo, los mismos que formarán parte de su próximo proyecto. ¿Seremos seis, tal vez diez? Una romántica, otra muy sincera. La delicada contra la íntima, más dura. Contrapuntos en dos canciones que resonaban ya en la memoria de algunos, gracias a los pequeños adelantos en redes sociales… o a los anteriores conciertos, para los repetidores. Mientras acaba esa dulce espera, juega con Cal y Arena, para Todopoderosos, vuelve a los solos y no para de volar.
Un calavera de clásicos
Un Number#1 siempre toca la penúltima. No puede salir mal si el público pide otra y otra más. Antes de volver a la realidad, el tiempo para dar las gracias, una sonrisa sin disimular. Sabe que los clásicos nunca mueren, por eso fue un Soldadito Marinero de la capital. Cantó por Fito y Rubén, pero sin perder su sello. Fotos, risas y charlar: detalles de cercanía cuando más lejos se nos obliga a estar. Por un momento parecía que el tiempo había vuelto a los 2000 que marcaron época. Al Fulanita o Siroco, paseando por el Penta, para declararse sin «Pereza»: «eres mi rincón favorito de Madrid».
No se sabe cuándo, no se sabe cómo, habrá un próximo concierto y será especial. Por lo pronto, Bobes ha cerrado un año difícil de la mejor forma posible. Qué suerte poder estar. Qué suerte poder vivirlo. Y mucho más, contarlo. Despedir 2020 con un buen sabor de boca, es de esos regalos que solamente la música puede hacer.
Los que guarda una sala madrileña, en un distópico sábado de diciembre. Cuando el aperitivo es ese pop-rock que tanto gusta. El que te redescubre el apetito más sano por el rock made in Madrid.