El Palau Sant Jordi de Barcelona se rindió anoche ante el carisma y la potencia de Mumford & Sons, quienes ofrecieron un regreso triunfal que se sintió, más que un concierto, como una declaración de vida. Seis años después de su última visita y con el recinto rozando el lleno total (unas 16.000 personas), la única parada de la banda en España fue una prueba irrefutable: su «folk musculado» sigue siendo dinamita pura, capaz de transformar un show de raíces en una liturgia de stadium rock sin perder la honestidad.

El ambiente se calentó con la profesionalidad de The Vaccines, que con su indie rock vibrante prepararon el terreno para la intensidad emocional de la noche, aunque sin necesidad de encender la mecha. Ese honor correspondió a Mumford & Sons, quienes, lejos de intros edulcoradas, atacaron con una pieza de su inminente futuro: «Run together». Este corte, del próximo álbum Prizefighter (previsto para febrero de 2026), junto con el single «Rubber band man», dejó claro que la banda es un ente creativo vivo, dispuesto a mirar hacia adelante. La fórmula, a pesar de la ausencia del banjista Winston Marshall, se mantuvo familiar y eficaz: guitarra, teclado, contrabajo y, sí, el sonido sintomático del banjo de uno de los seis músicos adicionales que dan cuerpo al trío.

El Despliegue de un Showman en la Encrucijada de dos Álbumes

La noche se construyó sobre un delicado equilibrio entre la nostalgia de los himnos ya grabados en la memoria colectiva y el entusiasmo por el futuro. El núcleo del show pivotó en la intensidad de Marcus Mumford, quien se mostró en «estado de gracia». El líder cantó con un registro recio y se movió por el escenario con una rabia contenida y palpable, alternando la guitarra con el bombo. La audiencia encontró su primer momento de catarsis total cuando, casi por sorpresa, atacaron «Little Lion Man», que resonó con una vibración casi springsteeniana.

Mumford & Sons no se limitó a repasar el pasado. El concierto sirvió como presentación de dos trabajos: el reciente Rushmere y los avances de Prizefighter. La recién «Truth» (de Rushmere) ofreció un contrapunto de rock clásico, acompañado de llamaradas sobre el escenario, evidenciando su capacidad para amplificar las fibras acústicas.

De la Intimidad del Escenario Secundario al Final Apoteósico

El show alcanzó su punto más tierno e íntimo cuando el trío original se trasladó a un escenario secundario. Esta puesta en escena austera, que simulaba cantar desde la tarima de un bar, hizo caer un velo de ternura sobre el Sant Jordi. Fue allí donde rescataron la balada «Ghosts That We Knew» y regalaron «Feel the Tide», el primer tema que compusieron como banda, demostrando que la honestidad de la canción puede emocionar a miles de personas.

El regreso al escenario principal fue una escalada imparable hacia el éxtasis bailable. Se sucedieron sin pausa los hits que conforman la banda sonora de una generación: la veloz «Roll away your stone», la platónica «The cave» y el rock visceral de «The wolf». El momento más inesperado, y quizás el más emotivo, se produjo cuando Mumford invitó a un muchacho del público, a subir al escenario para cantar juntos la versión del «I’m on fire» de Bruce Springsteen.

El cierre, en los bises, fue una confirmación de su estatus de iconos. Tras una emotiva versión acústica de «Timshel», el público se preparó para el gran final, que llegó con las icónicas «Awake My Soul» y, por supuesto, «I will wait», con 16.000 gargantas devolviéndoles cada estribillo.

El concierto de Mumford & Sons en Barcelona fue, en esencia, una exhibición de que la banda ha salido muy viva de su periodo de silencio. Su música de raíces no se ha diluido, sino que se ha musculado para reinar en los estadios, ofreciendo un directo que no vendió emociones baratas, sino pura verdad.