El grupo catalán llenó de buen rollo el Estadi Olímpic Lluis Companys en dos sesiones del Share Festival pasadas por agua
Cuando Oques Grasses escribió «si la vida és un incendi, cantarem sota la pluja» no creo que se refirieran a lo que vivimos el sábado en el Estadi Olímpic Lluis Companys de Barcelona, pero es un verso de De bonesh que se asemeja bastante a la realidad. Sea como fuere, quedó demostrado que ya puede llegar un tornado o un huracán que quiera devastar la ciudad entera, que los fans de Oques Grasses seguirán cantando a pleno pulmón cada canción del grupo catalán.
Con las nubes grises asomando a lo lejos pocos minutos después de las seis de la tarde, Elefants dio el disparo de salida al primero de los shows y fue la constatación de que el público de la capital catalana había estado esperando ese instante durante demasiado tiempo. Pasados unos segundos del inicio del concierto, no quedaba ni un culo en su asiento, ni un brazo sin levantarse, ni una boca sin sonrisa (imaginaos cómo tenían que ser las sonrisas para traspasar mascarillas), como si estuviéramos en los bises en lugar de en la primera canción.
Lo que vino a continuación fue una sucesión de temas que mantuvieron al público en un clímax constante, durante la hora y media de concierto. El grupo de Osona encontró la fórmula mágica para que la emoción no decayera: alternar las canciones de A tope amb la vida, su último álbum, con temazos de sus trabajos anteriores. Este último disco ha tenido tan buena acogida entre los fans del grupo que a cualquiera le costaría identificar cuáles eran las canciones que llevaban años reproduciéndose en las casas de los asistentes y cuáles habían llegado por primera vez a los oídos del público el pasado 28 de mayo.
Las segundas partes también son buenas
A las diez de la noche, con los asistentes remojados como si acabaran de salir de la piscina y las existencias de merchandising agotadas por el desesperado intento de los asistentes por entrar en calor y dejar de oler a gato mojado, el aforo del Lluís Companys volvió a llenarse al completo en medio de la tormenta de verano que sacudió a la capital catalana.
Pese a la hora de retraso con la que empezó el concierto, nadie abandonó el estadio porque era sabido que merecía la pena aguantar cualquier chaparrón si el motivo era «ESE» concierto. Y, de nuevo, ocurrió la magia. El público estaba ansioso de una dosis de vitalidad y ahí estuvo Oques Grasses para dársela una vez más. Ni el regusto amargo por no poder quitarse la camiseta al escuchar ese mítico «els passos importants es solen fer sense roba» ni revivir la mágica Serem Ocells consiguió que los asistentes bajaran de su nube por un solo segundo.
En épocas como la que estamos viviendo todos necesitamos recordar que tenemos que ir «a tope amb la vida» haga sol, llueva, truene o nos atrape una pandemia mundial; y un concierto de Oques Grasses, con esas letras tan vitalistas y esas melodías que atrapan, es la mejor forma de escapar de todo por un rato. Porque si algo tiene Oques Grasses es que te traslada a un estado anímico de éxtasis y buenrollismo del que, una vez has entrado, no quieres salir. Este es el mejor resumen de lo vivido el sábado en el Lluis Companys y de lo que vives cada vez que le das al ‘play’ a una de sus canciones.