El pasado ocho de noviembre, el canal Cosmo emitió los dos últimos episodios de la serie galardonada con seis premios Emmy, Fleabag.
Phoebe Waller-Bridge ha sido la encargada de escribir, dirigir y protagonizar esta comedia ácida. Durante las dos temporadas, cada una con seis capítulos, podemos seguir las desventuras de Fleabag. Es una mujer que tiene un carácter demasiado fuerte para una familia que no se acaba de acostumbrar a sus arrebatos espontáneos. Aunque puede parecer que su carácter es despreocupado, la verdad es que está profundamente marcada por la culpa y la pena. No puede evitar sentirse responsable de la muerte de su mejor amiga Boo (Jenny Rainsford).
Mientras que su compañera es uno de los personajes principales de la primera temporada, en esta el protagonismo es del cura (Andrew Scott). Su forma de ser tan extravagante y caótica consigue ponerse el público al bolsillo. Aunque su papel es el de oficiar la boda del padre de Fleabag (Bill Paterson) con el personaje de Olivia Colman, veremos que su papel en la serie será importante. Su amor por Dios será puesto a prueba cuando conozca a nuestra protagonista con quien tendrá una química innegable desde el principio.
Fleabag y el cura: una historia imposible
La atracción entre ambos personajes es imposible de disimular. El trabajo que han hecho Phoebe Waller-Bridge y Andrew Scott ha sido excelente y han sabido plasmar a la perfección la tensión sexual. El resultado es que como público nos creemos que allí puede suceder alguna cosa.
Además, el personaje del cura entiende a Fleabag e incluso la conoce a un nivel que ni la propia protagonista es consciente. Con mucho acierto, Waller-Bridge ha querido que el personaje de Scott participe de algún modo en la ruptura de la cuarta pared. Es el único que se da cuenta de sus miradas hacia la cámara y en algunos momentos le pregunta qué está haciendo. Así pues, se establece una especie de intimidad que Fleabag solo compartía con el público.
El problema es que una parte de nosotros ya es consciente que la relación no terminará bien para ninguno de los dos. Solo puede haber un final: tres corazones rotos, los suyos y el nuestro. Aun así, nos aferramos a un inexistente final feliz para ambos, aunque eso supondría para el cura la renuncia de sus convicciones.
La inevitable conversación se produce al final del último episodio. Mientras Fleabag y el cura están esperando el autobús, él le confiesa que, pese a quererla, ha elegido y su compromiso es con Dios.
Si hay algo que caracteriza Fleabag es que muestra la cruda realidad. En ella no encontramos a personajes perfectos ni vidas perfectas, al contrario. Son complejos y no siempre resuelven sus problemas de la forma más correcta. Así pues, el amor también es imperfecto y realista. A veces, simplemente no se consigue la tan ansiada porción de felicidad.
La última escena: nuestra despedida
Si hay algo que ha caracterizado esta serie, mencionado anteriormente, es la ruptura de la cuarta pared. Desde el principio, Fleabag se dirige a cámara y nos habla. Como espectadores nos sentimos interpelados y partícipes de todo lo que nos cuenta y experimenta. De esta forma consigue que nuestra conexión con ella sea casi instantánea.
Pero toda aventura tiene un final y así nos lo hace ver nuestra protagonista. Mientras recoge sus cosas para marcharse de la parada, la cámara, el espectador, no le quita ojo. Está atenta a todos sus movimientos. Cuando empieza a caminar, su atención está puesta en ella. Pero no dura demasiado. Enseguida Fleabag se gira y mira directamente a cámara, hacia nosotros. Nos sonríe y hace un gesto de negación. No quiere que la cámara la siga. Después de unos cuantos pasos, se gira y se despide de nosotros.
Nuestro tiempo con ella ha terminado.